
Hace unos días comentábamos que nadie emprende en el vacío, que emprender es decidir dedicarse a una profesión creando un negocio, en vez de hacerlo trabajando para otros. Así, emprender es ni más ni menos que una de las dos vías posibles para ejercer una profesión, junto al trabajo por cuenta ajena.
Y para dedicarse a cualquier profesión, hay que querer, saber y poder.
Cuando hablamos de querer, nos estamos refiriendo a la vocación. Este es un término que tiene que ver con “llamada” (del latín “vocare”, llamar), y que generalmente consideramos asociada a determinadas actividades, como las artísticas, relacionadas con el cuidado de las personas (médicos, enfermeros…) o con el ámbito religioso.
Pero el hecho es que cualquier profesión se basa en una vocación: para ser contable es necesario querer serlo. Parece una obviedad, pero no lo es, si pensamos en personas que comienzan a estudiar o a trabajar en una determinada profesión por presiones sociales, familiares, por el prestigio o el alto nivel de ingresos que procura una determinada profesión.
La mejor base para superar los baches en cualquier trabajo es estar convencido de que es el trabajo que se quiere hacer.
El segundo elemento es saber. Estamos hablando de conocimientos y competencias asociados al ejercicio de una profesión, que se pueden aprender y entrenar en un centro educativo, en cursos que se hacen durante la vida profesional y en el ejercicio de la propia profesión. Pero también hablamos de determinadas capacidades o habilidades, que pueden parecer estar más en el ámbito personal, como la capacidad de innovar, la flexibilidad o el espíritu crítico, pero que tienen lógicamente un impacto en cómo llevamos a cabo nuestro trabajo.
Por último, hay que poder. Estamos hablando de los recursos necesarios para ejercer una determinada profesión. Esto puede estar claro en el ámbito del emprendimiento, donde la persona que se lanza a un negocio ha de disponer de determinados recursos materiales, o ser capaz de hacerse con ellos. Si se pretende abrir una zapatería, de poco sirve tener una vocación clara de vendedor de zapatos y saber todo lo necesario para llevar a cabo esta actividad, si no se dispone del dinero suficiente para montar el negocio.
Evidentemente, este problema no se da si esta persona piensa en ejercer su profesión trabajando para otro, puesto que será la empresa que le contrate la que deberá asegurar los recursos necesarios.
Pero además del dinero, hay que tener en cuenta el factor tiempo. Y esto vale tanto para el emprendedor como para el empleado por cuenta ajena. En este segundo caso hay que valorar si tendremos el tiempo y la disponibilidad para ejercer una determinada profesión. No todo el mundo, por ejemplo, va a estar disponible para viajar cuando la empresa lo requiera, para desplazarse al extranjero por periodos prolongados de tiempo.
En definitiva, a la hora de valorar una profesión nos podemos plantear una serie de preguntas ¿Es esta la profesión a la que me quiero dedicar? O ¿Por qué me quiero dedicar a esto? ¿Tengo los conocimientos necesarios para ejercerla? Si no los tengo ¿puedo aprender y quiero aprender? ¿Tengo los recursos económicos y el tiempo y la disponibilidad para dedicarme a ello?
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